“En una reunión celebrada el 22 de julio de 1576, en la casa de Don Martín de Ortega, en ocasión de celebrarse el santo de su señora esposa, Doña Magdalena de la Cruz, se trató un asunto de suma importancia para la entonces recién fundada Villa de Nuestra Señora de la Concepción de Zalaya. Los vecinos allí reunidos entre quienes se encontraba Don Domingo de Silva, que había sido el primer alcalde ordinario, el ya citado Don Martín de Ortega, quien desde luego era el anfitrión, Don Martín Fernández actual alcalde de Mayor; los regidores Don Pedro del Olmo y Don Pedro Machuca Alcalá; Don Francisco Hernández Molinillos, quien algunos años después en 1595, hiciera donación de unas casas a la orden de Carmelitas descalzos para la fundación de su convento; Don Francisco Ramírez, alguacil mayor, Don Miguel Juan de Santillana, Don Diego Pérez Lemus, Don Lope García, Don Vasco Domínguez Don Cristobal Estrada y otra muchas personas en su mayoría fundadores de la citada Villa, fue tomado entre ellas el siguiente acuerdo: que cuando se fundó la mencionada Villa y se designó al primer Ayuntamiento, el día primero de enero de 1571, se trato entre los vecinos que, puesto que se le había dado el nombre de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, era menester traer una imagen de bulto para fundar convenientemente una cofradía en honor de ese Misterio. Que Martín Ortega dijo ser muy devoto de la Santa Señora en esa advocación y que, a propuesta suya, se había pedido al Virrey que se diera su Dulce Nombre a la dicha Villa, quería ser él quien la trajera de España, a costa de su hacienda y de la de su esposa Doña Magdalena de la Cruz; que Don Domingo de Silva hizo también ese ofrecimiento, pero tomado en cuenta por los presentes lo dicho por Don Martín de Ortega y considerado que no debía retársele ese honor, fue aceptado lo ofrecido por él, habiéndose comisionado allí mismo a Don Antonio Martínez de Contreras, a la sazón Alférez Real, para que hiciera los arreglos necesarios a fin de adquirir la imagen.
Tal como se acordó en al citada reunión, la imagen de la Virgen fué encargada a Valencia, donde según se sabía se encontraban muy buenos escultores, ignorándose los conductos por los cuales el Alférez enderezó sus gestiones, tanto para la compra, como para remitir la cantidad de trescientos cincuenta pesos, precio que se la había señalado y misma que le fue entregada por Don Martín de Ortega, quien manifestó que también correrían por su cuenta los gastos que fueran erogados en la traída de la imagen.
Como en aquella época las comunicaciones con España eran sumamente irregulares y tardías, pues había que esperar el arribo y el retorno de alguna de las flotas en que se hacía el servicio de conducción de los mantenimientos y correos para el Virreynato, así como el transporte de los colonizadores que venías a probar fortuna a la Nueva España, paso más de un año sin que se volviera a tener noticia alguna, hasta el 12 de septiembre de 1577, en que se recibió en Veracruz. En vista de esto, se consideró como un hecho que para la festividad titular del 8 de diciembre, la imagen de la Purísima Concepción ya podría ser entronizada en el humilde templo erigido por los padres franciscanos, para cuyo fin se hicieron todos los preparativos necesarios.
Amaneció el 8 de diciembre, pero la santa imagen no llegó; no obstante esta contrariedad, la festividad de Nuestra Señora fue celebrada, si bien es cierto que no con alegría, pues en todos los corazones reinaba una gran tristeza al ver frustrada su más cara ilusión.
Hora tras hora los días fueron pasando sin que se volviera a tener noticia alguna sobre la santa imagen; así llegó el 25 del mismo mes de diciembre, fecha en que debería celebrarse la Noche buena… Al caer la tarde de ese día, las mujeres y los niños de la Villa se encontraban reunidos en el atrio de la iglesia en donde se entonaban los alegres villancicos.
De pronto, los cánticos fueron interrumpidos por unos gritos destemplados: Arre mula!… levántate bestia!… exclamaciones que iban acompañadas con golpes y rudas intergeciones; era un grupo de arrieros que inútilmente trataban de obtener que se levantara una mula que se había separado del resto del atajo y yacía echada a media calle, frente a la iglesia, con todo y la carga que traía, la cual era una enorme caja; los palos y los denuestos siguieron menudeando y, fue tanto el alboroto causado, que algunos de los vecinos tuvieron que intervenir… como no hubiera modo alguno de conseguir que el animal se levantara, alguien dispuso que la carga fuera desatada, a fin de aligerarlo de aquel peso, pero en cuanto la mula se sintió libre, se levantó rápidamente para salir corriendo a toda velocidad; mientras los arrieros se fueron persiguiéndola, los vecinos ayudados por unos indios, de los muchos curiosos que se habían congregado, recogieron la caja, llevándola a depositar en la iglesia, para que posteriormente fuera entregada a sus dueños. Allí le esperaba una sorpresa: cuando uno de los religiosos ocurrió con un vela encendida, pudo verse que la caja venía destinada a Don Martín de Ortega: apresuradamente se le fué a dar aviso y, en cuanto este se presentó, dispuso que fuera abierta… al retirarse la tapa, perfectamente acojinada, apareció la imagen de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, era la misma que se había encargado a España…
Como un reguero de pólvora se expandió la noticia por la Villa; era tan reducido su caserío que solo bastaron unos cuantos minutos para que la mayoría de los vecino se encontraran reunidos; abriéndose paso entre la multitud, llegaron el Alférez Real y el Alguacil Mayor, procediéndose entonces con todas las formalidades a desempacar completamente la imagen. Se trajeron suficientes luces, viéndose que ésta era hermosísima, como ninguno de los presentes siquiera la había soñado: media exactamente vara y media, de la planta de los pies a la coronilla de la cabeza; su vestido era de talla; su actitud modesta y devota, con aire infantil aunque majestuoso; el rostro correspondía a una jovencita de quince años; la mirada hacia abajo, apacible y encantadora; la boca risueña con expresión de bondad, las cejas, nariz y mejillas eran perfectas, como lo era el óvalo de la cara; revelaba toda ella un tipo no definido, pero ideal; las manos de buena forma y delicadas y el color rosado trigueño…
Después de este ligero examen que dejó a todos admirados, la imagen de la Virgen fue colocada provisionalmente en un altar, retirándose todo los vecinos embargados de la mayor felicidad, para ir a celebrar jubilosamente aquella nochebuena…
Así fue como el 25 de diciembre de 1577 resultó una navidad muy memorable para Celaya, pues ese mismo día se bendijo la santa imagen de la Purísima Concepción y quedó entronizada en la parte superior del altar mayor de la primera iglesia de San Francisco”.
Relato tomado de: Rafael Zamarroni Arroyo. “Narraciones y leyendas de Celaya y de el Bajío” tomo 1. México 1959. Páginas 61,62,63