Las vacaciones están a la vuelta de la esquina y estoy nervioso. No quiero echar a perder mis vacaciones de nuevo. Eso fue justo lo que pasó en mis últimas vacaciones, en marzo de este año. No fue un crimen premeditado, sino pasional. Me alteré muchísimo. Siete días en Hawái. Se suponía que serían las mejores vacaciones de mi vida. Y entonces todo comenzó. Ni mi esposa ni yo anticipamos los efectos del cambio de horario en nuestros dos hijos que apenas caminan. Luego estaba la lluvia. Me refugié en mi teléfono, en el que consultaba los pronósticos del clima y leía las noticias. Me preguntaba por qué no estaba relajado. La piscina estaba helada. ¿Cuánto estábamos pagando por esto? Revisé mi teléfono y vi si alguien me extrañaba en Facebook. Nadie…
El objetivo era regresar a casa en paz. En cambio, estaba exhausto, derrotado e irritable.
¿Qué hice? Antes de otro periodo vacacional, decidí buscar ayuda profesional. ¿Hay alguna forma de sacarle más provecho a las vacaciones? ¿O al menos de no arruinarlas? ¿Es posible evitar la trampa de los siete días: ¿tres días impaciente por relajarse, dos días relajado y luego dos días más de desastre antes de regresar al trabajo?
¿Es posible que la ciencia nos ayude a entender qué sucede?
Resulta que sí. El secreto para no arruinar las vacaciones tiene que ver con entender no solo nuestros motivos, sino también nuestro cerebro y cómo nos echa a perder las vacaciones. Así fue como después de una serie de conversaciones con aquellos que parecen entender mi cerebro mejor que yo —neurocientíficos, expertos en comportamiento e incluso ejecutivos de negocios— tengo algunas respuestas. A continuación, una “lista, indispensable y más completa, de preparación mental para las vacaciones” (elaborada con un poco de ciencia cerebral). Empieza ya. Imagina un sedán que va a toda velocidad por la autopista, su motor al máximo. El conductor pisa los frenos. El auto patina, gira y choca contra la valla de contención y finalmente se detiene. Este es tu cerebro al empezar las vacaciones. Resulta que has estado trabajando muchísimo, siempre estás conectado y el trabajo te absorbe. Así que no debe sorprenderte que aunque estés recostado bocabajo sobre una toalla de playa, tu cerebro siga revisando listas de pendientes en casa. El hecho es que es poco realista, según los expertos, esperar que nuestros pensamientos cambien en un santiamén. Es por eso, dice Emma Seppala, directora asociada del Centro para la Investigación y Educación en la Compasión y el Altruismo de la Universidad de Stanford, que para dejar ir algo “tienes que practicar todos los días”. Lo anterior implica establecer la intención, en algún momento de cada día, de salir del modo laboral y mantener la lista eterna de pendientes a raya, aconseja la directora asociada. Tal vez signifique apagar tu teléfono una hora antes de dormir o no verlo durante la primera hora después de levantarte. Sal a caminar o sube los pies al escritorio y cierra los ojos durante 10 minutos. Mejor aún, señalan los expertos, haz algún tipo de ejercicio o meditación diseñados para desacelerar la mente. Cuanto más pronto comencemos y más regularmente practiquemos, mejor. Deja tu contexto en casa Nuestro contexto físico forma y refuerza nuestros hábitos. Despertar en la misma cama, ver el reloj, saltar a la ducha, subirse al auto para ir a la oficina, y hacerlo otra vez al día siguiente. Sin embargo, los hábitos no son meramente físicos, también son emocionales. Nuestro entorno físico refuerza nuestro estado de ánimo, explica Russell Poldrack, profesor de Neurobiología en la Universidad de Texas.
“No es tan fácil romper con los hábitos de la mente en unos cuantos días”, dijo. En especial si no cambiamos nuestro contexto. Por esto, y tal vez parezca una obviedad señalarlo, nos vamos de vacaciones. No obstante, en estos días tal vez no somos conscientes de qué tanto de nuestra vida diaria llevamos con nosotros de vacaciones. No, no me refiero a la oficina ni al metro que tomamos para ir a trabajar, sino al teléfono, nuestra oficina de bolsillo. Básicamente, nuestros teléfonos y computadoras promueven, e incluso exigen, un constante ciclo de estimulación y respuesta. Damos clic o desbloqueamos y algo pasa. Responder a una alerta, dicen los investigadores, hace que haya una “descarga de dopamina”, una inyección de adrenalina. El cerebro se acostumbra a esta estimulación y después siente la abstinencia. En la medida de lo posible, hay que proponerse cambiar la relación que tenemos con nuestros dispositivos. Un personaje importante de Silicon Valley me dijo que él lleva su teléfono consigo, pero que desactiva los correos electrónicos. Sin importar qué decidan, vean el dispositivo como lo que realmente es: un conductor directo a la vida de la que están tratando de escapar.
Tolera el aburrimiento. Ahí estás, tumbada al lado de la piscina con un libro. Pero en lugar de recargarte y leerlo, te levantas cada cinco minutos para ver si el quiosco de actividades está abierto para poder ir a reservar una clase de pilates acuáticos. O estás en tu cabaña del bosque, la brisa llega a ti desde el lago y en lugar de disfrutarla estás obsesionada con una cena que acabas de organizar. ¿Qué va mejor con el bacalao a la parrilla?
“No dejen el teléfono para buscar otra cosa en qué ocuparse”, dice Soren Gordhamer, organizador de Wisdom 2.0, un movimiento en auge en el área de la bahía de Nueva York cuyo objetivo es ayudar a la gente a encontrar el equilibrio en el mundo moderno. “Si no son cuidadosos, dejarán de prestar atención a sus dispositivos para concentrarse en otra cosa”.¿Qué hacer? Primero, lucha contra la abstinencia, no solo del dispositivo, sino de la continua necesidad de hacer algo (si esto te parece desagradable, y es probable que así sea, no quiere decir que tus vacaciones sean malas ni que odies a tu familia).
Los investigadores nos dan algunos consejos para ayudar a nuestro cerebro a adaptarse. Para empezar, entrégate a una actividad nueva pero que no implique demasiado riesgo (caminatas, bucear o tejer). Las actividades novedosas y con las que no estamos muy familiarizados ayudan al cerebro a romper con la rutina. Después, si estás listo para el siguiente nivel de dificultad, observa cómo tu cerebro va de una cosa a la otra mientras tantea el terreno y lo reconoce. Dedícate en cuerpo y alma a observar cómo tu cerebro hace una cosa y luego otra, en un ir y venir que poco a poco, esperemos, perderá impulso.
Supera tu ausencia. Tu trabajo no va a colapsar si no estás ahí. Por lo que más quieras, no me hagas recurrir a las estadísticas. Tampoco creas que porque todo puede seguir adelante en tu ausencia, a tu regreso encontrarás tu carta de despido. No te prepares para tu propia muerte
Antes de salir de vacaciones, incluso aunque fuera por una semana, me preparaba como si nunca fuera a volver. Vaciaba el buzón, limpiaba las pilas de papeles en el escritorio, guardaba la ropa, sacudía. Según yo, solo ponía mis asuntos personales en orden para que, suponiendo que lograra sobrevivir a las vacaciones, no tuviera ninguna preocupación y me liberara de todo para disfrutar al máximo. No obstante, en el proceso, dicen los expertos, complicamos más el viaje que estamos por hacer. Algunas investigaciones demuestran que aumentar las expectativas puede salir caro. Una razón es que se genera dopamina, lo cual puede conducirnos a la felicidad, pero si no se cumplen las expectativas, si la piscina no es lo que esperábamos, por ejemplo, los niveles de dopamina caen. “Este sentimiento no es agradable”, explica David Rock, director del Instituto de Neuroliderazgo de Estados Unidos. “Es muy parecido al dolor”.
Rock, quien usa los principios de la ciencia cerebral para dar asesoría a empresas sobre administración y liderazgo, aconseja mantener las expectativas a raya. “No obtener lo que esperabas”, dice, “puede crear un bajón que dure días”. Piensa en fines de semana de tres días
Algunas veces, cuando se trata de darnos un descanso, menos puede ser más. Un día festivo, como el Día de la Independencia, puede ser más relajante que toda una semana de vacaciones. ¿Por qué? Cuando hay algún día festivo todos tenemos un día adicional de descanso, incluidos nuestros colegas, lo cual ayuda, porque equivale a menos culpa y menos ansiedad. No obstante, tendemos a no prepararnos para esos tres días libres con la misma intensidad maniaca que para una semana de vacaciones. Así que antes de irte, trata de atar todos los cabos sueltos, pero no con doble nudo. Tu mantra: No es una semana de vacaciones, sino una serie de fines de semana largos, más un día extra.
Deja de coquetear con el trabajo. Jonathan Schooler, profesor de Psicología en la Universidad de California en Santa Bárbara, nos hizo una advertencia. Un viaje familiar reciente a Noruega con la intención de relajarse se convirtió en un ejercicio frustrante debido a que él pensó que podría trabajar un poco durante ese tiempo. Entonces sacaba la computadora, jugueteaba, no hacía gran cosa o pensaba en el trabajo que se había prometido hacer y que no hacía, pero tampoco se relajaba del todo. De todas las personas, dijo, él lo sabía mejor que nadie. En serio. Su investigación ha descubierto que la creatividad se incuba cuando la gente deja que su mente divague o se entretiene con tareas mentales que no acaparan su atención. La gente tiene la sensación de que lo anterior podría ser cierto, explicó, pero en un mundo conectado muchas veces nuestras promesas resultan falsas. “Parte del problema es que en realidad no creemos en lo valioso que es la incubación y dejar que la mente divague”, dijo y añadió con una carcajada: “Todavía sigo echándome a perder las vacaciones por llevarme trabajo, por tratar de hacer cosas”.
El psicólogo piensa que hacemos esto por dos razones: nos convencemos de que no podemos darnos el lujo de no hacerlo y en verdad creemos que podemos ser productivos durante las vacaciones. En realidad, cree Schooler, trabajar durante las vacaciones no solo interfiere con ellas, también puede evitar que recarguemos el tanque de la creatividad al máximo antes de regresar a casa.
No hay que preocuparse por el regreso; la mayoría será “correo no deseado” “¿Quién quiere regresar de las vacaciones a encontrar mil correos electrónicos?”, preguntó Sylvia Allegretto, economista del Instituto para la Investigación del Trabajo y el Empleo de la Universidad de California en Berkeley. La solución que Allegretto aplica para este problema no siempre es de su agrado: mantenerse al día con los correos electrónicos en las vacaciones, para no atrasarse. Ella siente como si nunca pudiera relajarse por completo.
Sin embargo, sucedió algo bueno en un viaje reciente para visitar a su familia en la provincia del estado de Pensilvania. Estaba en el salón de belleza, haciéndose manicura y pedicura al medio día, rodeada de sus amigas de siempre, tomando una cerveza. “Así solía ser mi vida”, exclamó. Después de eso, se dejó llevar por su ciudad natal, un lugar nuevo y familiar al mismo tiempo. Dejó de revisar sus correos, en parte porque la señal de telefonía en el poblado era algo mala. Se relajó bastante. Regresó para encontrarse con cientos de mensajes virtuales, pero no solo sobrevivió ella, también lo hicieron sus vacaciones.
Mis vacaciones tendrán la misma suerte: doy por hecho que todos ustedes me seguirán en Facebook y le darán me gusta a mis actualizaciones desde la orilla de la piscina. ¿Alguien sabe con qué puedo acompañar el bacalao a la parrilla?
Tomado de: https://www.nytimes.com/es/2016/07/10/sabotaje-vacacional-que-no-te-pase/?smid=fb-espanol&smtyp=cur